lunes, 21 de julio de 2025

"HISTORIAS DE LOS BARRIOS Y EL KAIROS CON EL LOCO DE LA CALLE"

KAIROS

Había una vez un barrio vibrante y bullicioso llamado "Monte de los chingolos".

Entre sus calles de tierra y casas de colores, vivía un personaje "raro" con un escudo invisible y acorazonado en la Fé, conocido por todos como "El Loco de la calle".

Su cabello era una maraña plateada, sus ojos brillaban con una profundidad de mar azul y su sombrero, al igual que su EScudo, eran invisible, siempre adornado con alguna flor silvestre que portaba un mensaje en hoja de níspero, era solo visto y compartido por "LOS ESCENCIALES".

El Regalo del Ahora:
A diferencia de los demás, El Loco de la calle no vivía en el tiempo lineal.

Para él, cada encuentro era un kairós, un momento oportuno y significativo que trascendía el simple paso de las horas.

Cuando se cruzaba con un vecino, ya fuera la señora Elena que barría su vereda con esmero, o el joven Martín que corría apurado al trabajo, El Loco se detenía, sus ojos se clavaban en los del otro y el mundo exterior se desdibujaba.

En esos instantes, no existía el pasado ni el futuro, solo el presente compartido.

Su "locura", decían algunos, era la capacidad de ver más allá de las apariencias.

Él no veía solo a la panadera o al carnicero, veía la historia detrás de sus ojos, la vida tejida en cada arruga, en cada gesto.

Y en cada charla, sin importar cuán breve fuera, El Loco de la calle, ofrecía y recibía los regalos más valiosos: fe, esperanza y valentía.

Historias Tejidas en el Corazón:
La señora Elena, con su carga de años y recuerdos, le contaba sobre la pena de un hijo que se fue lejos.

El Loco no ofrecía consejos vacíos; simplemente escuchaba, su rostro era una mezcla de empatía y serenidad.

Y al final, con 2 simples "Ya verás, Elena, la esperanza es un hilo que nunca se corta", y "Todo va a EStar bien", le devolvía un brillo en los ojos que ella creía haber perdido.

La señora Elena se iba con la certeza de que no estaba sola en su tristeza, y con una chispa de esperanza renovada.

Martín, el joven apurado, a menudo se detenía a compartir sus sueños de abrir un pequeño negocio, mezclados con la incertidumbre del "no sé si podré".

El Loco de ña calle le respondía con anécdotas de su propia vida, historias de caídas y levantadas, de la valentía necesaria para perseguir lo que uno cree. "La única derrota", le decía, "es no intentarlo".

Martín, impulsado por esa inyección de coraje, encontraba la fuerza para dar el siguiente paso.

Y así, con cada risa compartida, con cada lágrima escuchada, con cada palabra de aliento, El Loco de la calle no solo consolaba o inspiraba; él se convertía en un co-creador de historias.

Las tristezas y alegrías de los vecinos se entrelazaban con las suyas, y juntos, escribían capítulos de una narrativa más grande.

La Eternidad del Encuentro:
Lo más extraordinario de todo era que estas historias, una vez compartidas en el kairós de cada encuentro, se volvían eternas.

No quedaban solo en la memoria de quienes las vivieron; se alojaban en el corazón del barrio entero.

La historia de la señora Elena no era solo suya; era también un recordatorio para todos de la resiliencia humana.

Los sueños de Martín, impulsados por la valentía infundida, inspiraban a otros jóvenes a perseguir sus propias aspiraciones.

El Loco de la calle, con su aparente "locura", era en realidad "el PROTECTOR de la memoria viva del barrio."

No tenía una casa opulenta ni un título importante, pero poseía la riqueza más grande: la capacidad de conectar con el alma de cada persona, de transformar el tiempo fugaz en momentos de profunda significado.

Y en cada kairós compartido, en cada sonrisa devuelta, en cada vida que tocaba, las historias se hacían inmortales, resonando en los corazones de "MONTE DE LOS CHNGOLOS" para siempre.

Waldemar Palavecino 
Comunicador barrial
21.07.25

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